Cuando miramos el cielo por la noche, la Luna parece estar suspendida ahí arriba, inmóvil. Sin embargo, está constantemente atraída por la Tierra debido a la gravedad. Entonces, ¿por qué no termina cayendo sobre nosotros? La respuesta está relacionada con un delicado equilibrio entre dos movimientos: la atracción y la velocidad.
En primer lugar, hay que entender la gravedad. Es una fuerza universal descubierta por Isaac Newton: dos cuerpos con masa se atraen mutuamente. La Tierra atrae a la Luna, pero la Luna también atrae a la Tierra (aunque, dado el tamaño, el efecto sobre nosotros es menos espectacular). Sin otra fuerza en juego, la Luna terminaría acercándose a nosotros... y cayendo.
Pero la Luna no está inmóvil: se mueve rápidamente alrededor de la Tierra, a unos 3.700 km/h. Es como si intentara escapar en línea recta. La atracción terrestre la "jala" constantemente hacia nosotros, pero como siempre avanza, falla en alcanzar la Tierra en cada instante. Este movimiento curvado, mantenido por el equilibrio entre velocidad y gravedad, es una órbita.
Podemos compararlo con lanzar una pelota con fuerza. Si la lanzamos suavemente, cae rápidamente. Si la lanzamos más fuerte, va más lejos. Y si la lanzáramos lo suficientemente rápido... seguiría cayendo, pero sobre una Tierra que "se curva" debajo de ella, haciendo que gire indefinidamente alrededor del planeta. Esto es exactamente lo que ocurre con la Luna.
La Luna está, por tanto, en "caída libre" permanente alrededor de la Tierra, pero como nuestro planeta es redondo y tiene la velocidad adecuada, nunca toca el suelo. Este mismo principio permite que los satélites artificiales permanezcan en órbita: se les da una velocidad precisa que equilibra la atracción terrestre.
Este ballet gravitacional lleva ocurriendo desde hace más de 4 mil millones de años, pero no es estático: la Luna se aleja muy lentamente de la Tierra, a razón de unos pocos centímetros por año.