Por Liliya Kazantseva - Investigadora científica, Instituto de Investigación Biomédica de Málaga (IBIMA)
Si has visto la película de animación
Del revés 2, es probable que te hayas identificado con el protagonista que sufre problemas de ansiedad y sus consecuencias. Pero hay muchas otras situaciones en las que nuestras emociones negativas se expresan de manera exagerada y nos llevan, como se dice coloquialmente, a "meter la pata".
¿Quién no ha dicho alguna vez palabras imprudentes porque era la hora del almuerzo y aún no había comido debido a una reunión de trabajo que se alargaba? Descubramos por qué nuestro cuerpo nos juega estas malas pasadas.
El cuerpo necesita glucosa
Cuando tenemos hambre, aparecen
emociones como el cansancio, la confusión o la ira. Este fenómeno se debe a la presencia de
azúcar, y más concretamente de
glucosa, en la sangre. En cuanto su nivel desciende, nuestro cuerpo desencadena una
serie de respuestas para restaurarlo.
Pero, ¿qué papel juega exactamente la glucosa y por qué es tan importante? Este tipo de azúcar es la principal fuente de energía de las células que componen todos nuestros órganos. El cerebro, por ejemplo, depende casi exclusivamente del aporte de azúcar. Sin él, las
100 mil millones de células nerviosas que lo forman no podrían realizar su trabajo de manera óptima.
Estructura química de la molécula de glucosa.
mathstown/Pixabay, CC BY
Si al cerebro no le llega suficiente glucosa, nos sentimos débiles, irritables, mareados y nos cuesta concentrarnos. En casos extremos (
especialmente en situaciones de hipoglucemias severas en personas diabéticas, NDLR), cuando el aporte de azúcar es insuficiente durante períodos muy largos,
podemos caer en coma.
El cortisol, el titiritero de las emociones
Estos son algunos de los síntomas que nos indican que es momento de comer para restablecer los niveles de azúcar en la sangre. Este sirve como autopista para que los diferentes nutrientes lleguen a su destino: las células dispersas por todo nuestro cuerpo. En esta situación, se produce una cascada de reacciones fisiológicas.
A nivel molecular, se liberan diferentes hormonas. Una de ellas, la
grelina, es producida y liberada en la circulación por las células del estómago. Esta sustancia natural estimula el apetito y asegura que el organismo reciba energía mediante la ingestión de alimentos.
Aunque ignora las razones por las cuales no estamos comiendo, de manera indirecta, la grelina también estimula la producción de la hormona del estrés, el
cortisol, que se genera en las glándulas suprarrenales.
Para aumentar los niveles de azúcar, el cortisol promueve un proceso llamado
gluconeogénesis. Este consiste en la producción de glucosa a partir de la descomposición de ácidos grasos y proteínas almacenados en el hígado. Este proceso suministra rápidamente energía al organismo.
La presencia de cortisol en la sangre durante los estados de hambre
afecta el funcionamiento del cerebro, actuando como una especie de titiritero. Modifica los niveles de neurotransmisores como la dopamina y la serotonina, que están relacionados con las emociones positivas y la percepción del estrés. La consecuencia de estos efectos combinados: cuando tenemos hambre, nos sentimos más irritables o enojados de lo habitual.
Los humanos no somos los únicos que reaccionan de esta manera. En un
estudio de comportamiento sobre el pez cebra, los investigadores descubrieron que estos animales también se vuelven agresivos cuando tienen hambre.
Un comportamiento moldeado por la evolución
Como hemos visto, nuestros humores son el resultado de muchas interacciones bioquímicas, y hay una hormona en el centro de esta danza de la que aún no hemos hablado. Seguro que en algún momento has oído hablar de ella, especialmente en referencia a los deportes extremos. Lo has acertado, estamos hablando de la adrenalina.
Al igual que el cortisol, la adrenalina es producida por las glándulas suprarrenales y está asociada a situaciones de estrés. Es conocida por
su papel en la respuesta "lucha o huida", que es una reacción fisiológica ante una amenaza. En situaciones de hambre, tanto la adrenalina como el cortisol afectan nuestro estado de ánimo, haciéndonos más propensos a sentirnos enfadados o irritables.
Se cree que hay una
explicación relacionada con la evolución de la especie: en la época en que los humanos eran cazadores-recolectores, para sobrevivir a las épocas de escasez de alimentos -y por ende competían con sus rivales por esos recursos-, habría sido ventajoso ser agresivos.
Hoy en día, aunque ya no competimos por la comida de la misma forma, saber cómo reacciona nuestro cuerpo ante el hambre puede ayudarnos a gestionar nuestras emociones. Si notas que empiezas a sentirte enfadado o irritable, recuerda que podría ser un efecto del ayuno.
Llevar un tentempié saludable te permitirá no solo mantener la energía, sino también conservar un estado de ánimo más equilibrado. ¿Por qué no preparas algo ligero para comer antes de que el hambre te ataque?
Fuente: The Conversation bajo licencia Creative Commons