La lectura, otrora actividad cotidiana para muchas personas, parece hoy estar perdiendo terreno. En veinte años, su práctica regular ha caído de manera espectacular, revelando una transformación cultural profunda.
Una vasta investigación realizada conjuntamente por el University College London y la Universidad de Florida analizó a más de 236.000 participantes. Publicada en
iScience, muestra que apenas el 16% de los estadounidenses lee ahora diariamente por placer, frente al 28% a principios de la década de 2000. Esta tendencia cuestiona el lugar de la lectura en la sociedad y sus efectos en el bienestar colectivo.
Un retroceso marcado y desigualmente distribuido
Los resultados ponen de manifiesto una disminución continua, evaluada en aproximadamente un 3% anual. El retroceso no se limita a una caída global, sino que afecta particularmente a ciertas categorías sociales. Los afroamericanos, las personas con ingresos modestos y los habitantes de zonas rurales aparecen como los más afectados.
Los investigadores observan también que, incluso en los grupos tradicionalmente más propensos a leer, como las mujeres o los graduados universitarios, la práctica está decayendo. Sin embargo, se perfila una paradoja: entre aquellos que aún leen, el tiempo dedicado a esta actividad aumenta ligeramente. Parece emerger una discordancia, entre un público reducido pero asiduo y una mayoría que se va desenganchando progresivamente.
La lectura con los niños constituye una excepción: no ha retrocedido durante las dos décadas estudiadas. Sin embargo, su frecuencia sigue siendo baja, muy por debajo de la lectura personal. Esta rareza preocupa, pues la experiencia compartida de la lectura es reconocida como un motor del lenguaje, del éxito escolar y del vínculo familiar.
Causas múltiples y entrelazadas
Los investigadores no identifican una única explicación, sino que mencionan varias pistas. El auge de los medios digitales ocupa un lugar importante, compitiendo directamente con el tiempo libre de los individuos. Teléfonos y plataformas en línea desvían horas que antes se reservaban para los libros.
Las restricciones económicas y sociales también influyen en esta evolución. Las personas que acumulan varios empleos o viven en zonas rurales a menudo deben renunciar a frecuentar bibliotecas y librerías. La disminución general del tiempo de ocio acentúa aún más esta tendencia.
Más allá de estos aspectos materiales, el estudio sugiere una evolución de los hábitos culturales. La lectura, antes percibida como un pasatiempo accesible y valorado, tiende a ser relegada detrás de actividades percibidas como más inmediatas o interactivas. Esta transformación refleja una relación diferente con el tiempo y la atención.
Para ir más allá: ¿qué aporta la lectura a la salud?
La lectura actúa directamente sobre el cerebro reforzando capacidades cognitivas esenciales. Requiere concentración, atención sostenida y paciencia cognitiva, cualidades todas ellas debilitadas en un entorno saturado de estímulos digitales. Leer regularmente también permite mantener activas zonas cerebrales relacionadas con la memoria de trabajo y las funciones ejecutivas, comparable a un entrenamiento mental que, con el tiempo, contribuye a preservar las capacidades intelectuales. Algunos estudios incluso sugieren que una práctica asidua de la lectura podría reducir el riesgo de declive cognitivo relacionado con la edad, retrasando la aparición de trastornos como la enfermedad de Alzheimer.
En el plano psicológico, la lectura actúa como una poderosa herramienta de regulación emocional. Favorece la evasión al ofrecer un espacio mental de respiro, alejado de las restricciones cotidianas. Investigaciones muestran que una simple sesión de lectura, aunque sea breve, puede reducir el ritmo cardíaco y bajar el nivel de cortisol, la hormona del estrés. La ficción, en particular, aporta un beneficio singular: al sumergirse en relatos e identificarse con los personajes, el lector desarrolla su empatía y mejora su comprensión de las emociones humanas, lo que contribuye a reforzar su equilibrio emocional.
Finalmente, la lectura se erige como un aliado de la salud mental y social. Ayuda a combatir la ansiedad y los síntomas depresivos al estimular la imaginación y dar acceso a universos variados donde cada uno puede encontrar consuelo o nuevas perspectivas. Leer en voz alta, o compartir lecturas en clubes o círculos de debate, también crea vínculos sociales, una dimensión importante en la prevención del aislamiento. La lectura no es solo una fuente de saber: funciona como una verdadera terapia suave, accesible para todos, capaz de nutrir tanto la mente, como el corazón y las relaciones humanas.
Autor del artículo: Cédric DEPOND
Fuente: iScience