Las minas de carbón abandonadas podrían ser fuentes importantes de gases de efecto invernadero, liberando dióxido de carbono a la atmósfera. Una investigación reciente revela que estos sitios olvidados continúan influyendo en nuestro clima mucho después del cese de su explotación, a través de mecanismos químicos poco conocidos.
Cuando el agua de drenaje de las minas entra en contacto con el aire, libera CO₂ que escapa a la atmósfera. Este fenómeno de desgasificación ocurre cuando las aguas cargadas de ácido sulfúrico disuelven las rocas carbonatadas circundantes, liberando carbono atrapado durante millones de años. Las mediciones realizadas en 140 minas abandonadas en Pensilvania muestran que sus emisiones anuales equivalen a las de una pequeña central eléctrica de carbón, lo que representa una contribución significativa al cambio climático.
Las aguas de drenaje de las minas de carbón abandonadas liberan CO₂ a la atmósfera según las investigaciones de la geoquímica Dorothy Vesper.
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La dificultad principal reside en la identificación de todos estos sitios mineros abandonados, cuyo número exacto se desconoce. Dorothy Vesper y su equipo a menudo deben recorrer zonas boscosas para localizar minas señaladas, pero frecuentemente descubren que las aberturas han desaparecido o que los flujos han cesado. Esta ausencia de un censo completo impide una evaluación precisa del impacto global de estas emisiones, que potencialmente afectan a todas las regiones mineras del mundo.
Para medir estas concentraciones excepcionales de CO₂, los investigadores tuvieron que recurrir a un instrumento de la industria de bebidas, capaz de detectar niveles hasta mil veces superiores a los de las aguas naturales. Este aparato portátil, habitualmente utilizado en cervecerías y plantas embotelladoras, resultó perfectamente adaptado a las condiciones extremas encontradas en el terreno. Los resultados obtenidos muestran variaciones temporales importantes, relacionadas con las condiciones hidrológicas locales.
Soluciones simples como mantener los flujos subterráneos en conductos o dirigir las aguas hacia humedales de tratamiento podrían reducir significativamente las emisiones. Estos enfoques permitirían limitar la desgasificación atmosférica mientras se trata la contaminación minera de manera más integral y sostenible.
Los trabajos presentados durante el congreso GSA Connects 2025 abren nuevas vías para comprender y mitigar esta fuente poco conocida de gases de efecto invernadero. La comunidad científica apenas comienza a tomar conciencia de la importancia de estas emisiones residuales, que podrían modificar nuestro enfoque de la gestión de sitios mineros abandonados a escala mundial.
El carbono geológico y su destino
El carbono contenido en las rocas carbonatadas representa una inmensa reserva natural formada hace cientos de millones de años. Estas formaciones geológicas se constituyeron por acumulación de conchas y esqueletos de organismos marinos, atrapando el carbono atmosférico de la época.
La actividad minera perturba este equilibrio geológico al exponer estas rocas antiguas a nuevas condiciones químicas. Las galerías excavadas por el hombre crean vías de flujo preferenciales para las aguas ácidas, acelerando considerablemente los procesos de erosión natural que, de otro modo, tomarían milenios.
Una vez liberado, este carbono antiguo se incorpora al ciclo del carbono moderno, contribuyendo al aumento de las concentraciones atmosféricas de CO₂. A diferencia del carbono reciente procedente de la combustión de energías fósiles, esta fuente había sido hasta ahora ampliamente ignorada en los balances de carbono.
La particularidad de estas emisiones reside en su persistencia: pueden continuar durante décadas, incluso siglos después del abandono de las minas. Esta duración excepcional se explica por la lentitud de los procesos geoquímicos y la cantidad colosal de rocas carbonatadas expuestas.
Fuente: Environmental Earth Sciences