El ensamblaje de la última bobina magnética del reactor de fusión nuclear más potente del mundo ha concluido por fin, pero su puesta en marcha no está prevista antes de 15 años. El reactor ITER, corazón de este proyecto colosal, suscita tantas esperanzas como desafíos.
Vista en corte del tokamak de ITER, con su edificio.
Imagen Wikimedia
Inicialmente previsto para comenzar sus primeras pruebas en 2020, el reactor de fusión ITER, compuesto por 19 enormes bobinas que forman varios imanes toroidales, no debería producir energía hasta 2034, con un balance energético positivo en 2039. Esta nueva fecha retrasa aún más la llegada potencial de la fusión nuclear como respuesta a los problemas climáticos actuales.
El proyecto ITER es fruto de una colaboración entre 35 países, incluidos todos los Estados miembros de la Unión Europea, Rusia, China, India y Estados Unidos. El reactor alberga el imán más potente del mundo, capaz de producir un campo magnético 280 000 veces más fuerte que el que protege la Tierra. Sin embargo, estos logros tecnológicos vienen acompañados de un costo elevado: el presupuesto inicial de 5 mil millones de dólares ha aumentado a más de 22 mil millones, con 5 mil millones adicionales para cubrir los costes imprevistos.
La fusión nuclear, el proceso que alimenta a las estrellas, ha sido buscada durante más de 70 años. Al fusionar átomos de hidrógeno para formar helio bajo presiones y temperaturas extremadamente altas, las estrellas generan enormes cantidades de energía sin producir gases de efecto invernadero ni residuos radiactivos duraderos. Sin embargo, recrear estas condiciones en la Tierra resulta complejo.
Los reactores de tokamak, el diseño más común, funcionan sobrecalentando plasma antes de atraparlo en una cámara con forma de donut gracias a campos magnéticos poderosos. Mantener este plasma turbulento y sobrecalentado lo suficientemente largo para que la fusión ocurra es un desafío considerable. Desde la concepción del primer tokamak por Natan Yavlinsky en 1958, ningún reactor ha logrado producir más energía de la que consume.
La principal dificultad radica en el manejo de un plasma lo suficientemente caliente para fusionarse. Los reactores de fusión requieren temperaturas mucho más altas que las del Sol, ya que deben operar a presiones mucho más bajas que las encontradas en el corazón de las estrellas.
Alcanzar estas temperaturas es relativamente fácil, pero contener el plasma para que no queme el reactor o interrumpa la reacción de fusión es extremadamente complicado, requiriendo el uso de campos magnéticos poderosos.