La oscilación entre el atractivo de las ciudades y su abandono representa un patrón recurrente en la historia humana. Esta dinámica, visible hoy en las migraciones urbanas, resulta estar arraigada en mecanismos antiguos, como demuestra un estudio sobre las ciudades mayas.
En las tierras bajas mayas clásicas, los investigadores han reunido datos arqueológicos extensos sobre los cambios de población, los conflictos armados y las inversiones en infraestructuras agrícolas. Paralelamente, el acceso a nuevos datos climáticos detallados y los avances en modelado informático han ofrecido perspectivas inéditas.
Esta combinación ha permitido dilucidar las dinámicas que condujeron al auge y la caída de las ciudades mayas. El equipo, compuesto por especialistas de diversas instituciones, aplicó conceptos de la ecología de poblaciones para cuantificar los motores del urbanismo. Sus resultados muestran que la interacción de los riesgos climáticos, las guerras entre grupos y los beneficios de las economías de escala favoreció la coevolución del urbanismo, las desigualdades sistémicas y las relaciones de patronazgo en las ciudades mayas.
Los factores que impulsaron a las poblaciones agrarias a agruparse en ciudades incluyen los periodos de clima desfavorable, que hacían la vida rural más difícil, y los conflictos entre grupos, que incentivaban la protección mutua. Además, las economías de escala logradas gracias a las inversiones en infraestructura agrícola, como los sistemas de riego, ofrecían ventajas colectivas que compensaban los costes individuales de la vida urbana, como la vulnerabilidad a enfermedades y la competencia por los recursos. Esta agregación permitió mutualizar los esfuerzos y reforzar la seguridad, a pesar de las desventajas crecientes.
Cuando las condiciones climáticas mejoraron, haciendo las zonas rurales más atractivas, y la degradación ambiental cerca de las ciudades aumentó los costes de la vida urbana, el equilibrio se rompió. Las ventajas de la concentración humana, como la seguridad y las economías de escala, fueron superadas por los inconvenientes, conduciendo a una desurbanización progresiva. Este hallazgo sorprende, pues a menudo se atribuía el declive maya únicamente a la sequía, pero se trata de un proceso más matizado donde la libertad y la autonomía rurales vuelven a ser preferibles.
El sitio de Caracol en Belice, ilustrando la magnitud de los centros urbanos mayas estudiados.
Crédito: Douglas Kennett
El modelo desarrollado por los investigadores integra diversas teorías sobre la urbanización, ofreciendo una explicación unificada que resuelve la paradoja de la concentración agraria. Muestra cómo las presiones ambientales, sociales y económicas interactúan para dictar los ciclos de agrupamiento y dispersión de las poblaciones.
Esta comprensión es relevante para los desafíos urbanos contemporáneos, donde pueden observarse dinámicas similares.
Una observación inesperada del estudio fue que el abandono de las ciudades mayas coincidía con condiciones climáticas mejores, y no peores. Esto cuestiona la hipótesis dominante que vinculaba el declive únicamente a la sequía, y muestra que la desurbanización puede ocurrir cuando las ventajas rurales vuelven a ser competitivas, incluso en ausencia de crisis ambientales agudas. Las poblaciones optaron entonces por un modo de vida más disperso, donde la autonomía y el acceso a los recursos naturales eran más fáciles de mantener.
Los motores de la urbanización maya
La urbanización de los mayas clásicos fue influenciada por varios factores interdependientes. Los periodos de clima desfavorable, como las sequías, hacían la agricultura difícil en las zonas rurales, impulsando a las poblaciones a agruparse en las ciudades para mutualizar los recursos y protegerse. Los conflictos entre grupos, frecuentes en esa época, reforzaban la necesidad de vivir en comunidades más grandes para asegurar la seguridad contra ataques externos. Además, las economías de escala jugaban un papel clave en esta dinámica.
Las inversiones en infraestructuras agrícolas compartidas, como los sistemas de riego o los graneros colectivos, permitían producir más alimentos con menos recursos por persona. Estas ventajas colectivas compensaban los costes individuales de la vida urbana, como el hacinamiento y los riesgos sanitarios aumentados. La concentración humana facilitaba también la especialización de tareas, mejorando la productividad y permitiendo el desarrollo de élites que controlaban los recursos. Sin embargo, esto generaba desigualdades crecientes y relaciones de dependencia.
La interacción de estos factores condujo a una coevolución del urbanismo, las desigualdades y las estructuras sociales en las ciudades mayas. El modelo ecológico utilizado por los investigadores muestra cómo el clima, los conflictos y las economías de escala se refuerzan mutuamente, creando un ciclo de expansión urbana. Cuando uno de estos elementos cambia, el equilibrio puede romperse, llevando a una dispersión de las poblaciones. Esta comprensión ayuda a explicar por qué las ciudades mayas pudieron prosperar y luego declinar de manera cíclica.
Fuente: Proceedings of the National Academy of Sciences