Hace millones de años, nuestros antepasados podían mover sus orejas para captar mejor los sonidos, al igual que los perros o los gatos. Pero con la evolución, esta capacidad se fue extinguiendo gradualmente, dejando tras de sí músculos ahora inútiles... o casi. Unos investigadores acaban de descubrir que estos músculos no están completamente inactivos: cuando una persona se concentra en un sonido, se activan discretamente, como un vestigio olvidado de un pasado lejano.
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Los músculos auriculares: un legado evolutivo en reposo
Los músculos auriculares tenían antes un papel esencial: permitían a nuestros antepasados girar sus orejas para localizar más eficazmente los sonidos del entorno, ya fuera un depredador acercándose o una fuente de alimento. Esta facultad sigue siendo muy visible en muchos mamíferos, como los felinos, que orientan sus orejas hacia el menor ruido sospechoso.
Pero en el ser humano moderno, la vista y la comunicación verbal han ido ganando terreno sobre esta habilidad auditiva. Como resultado, los músculos auriculares han perdido su función principal y se han convertido en estructuras residuales. Sin embargo, aunque ya no permiten mover eficazmente las orejas, siguen activándose en ciertas situaciones...
Una actividad oculta revelada por la ciencia
Un equipo de investigadores de la Universidad del Sarre en Alemania, en colaboración con científicos estadounidenses, descubrió recientemente que estos músculos no están completamente inactivos. Al colocar electrodos en las orejas de voluntarios, observaron una activación de los músculos auriculares cuando una persona intenta concentrarse en un sonido específico, especialmente en un entorno ruidoso.
El experimento consistió en hacer escuchar un audiolibro a veinte participantes, añadiendo a veces un ruido de fondo perturbador, como otro podcast reproducido en paralelo. Resultado: cuanto más exigente era la tarea de escucha, más se contraían los músculos auriculares superiores y posteriores, como si intentaran instintivamente orientar las orejas hacia la fuente sonora, aunque este movimiento sea ahora imperceptible.
¿Por qué estos músculos siguen activándose?
Este descubrimiento plantea una pregunta intrigante: ¿por qué estos músculos siguen reaccionando si ya no podemos orientar nuestras orejas? Los investigadores proponen una hipótesis: se trataría de un reflejo relacionado con el esfuerzo de atención. En otras palabras, cuando la escucha se vuelve difícil, nuestro cerebro moviliza inconscientemente estos músculos vestigiales, como una vieja costumbre evolutiva de la que nunca nos hemos desprendido del todo.
El estudio muestra que esta reacción es especialmente marcada cuando el sonido proviene de atrás o de una dirección inusual. Otro dato interesante: si el participante deja de esforzarse por escuchar, la activación de los músculos desaparece inmediatamente, lo que confirma que no se trata de un simple reflejo, sino de una respuesta al grado de concentración.
¿Hacia nuevas aplicaciones?
Aunque estas pequeñas contracciones musculares no mejoran directamente nuestra audición, podrían tener aplicaciones interesantes. Por ejemplo, podrían servir como indicador objetivo para medir la atención auditiva de una persona. A largo plazo, este descubrimiento incluso podría abrir el camino a nuevos enfoques en el estudio de los trastornos auditivos o de la atención.
Finalmente, nuestros músculos auriculares son un recordatorio de nuestro pasado evolutivo: aunque ya no nos permitan mover las orejas como un gato en alerta, dan testimonio de la ingeniosidad del cuerpo humano, que conserva huellas de su historia, incluso cuando parecen no tener una utilidad inmediata.
Autor del artículo: Cédric DEPOND
Fuente: Frondiers in Neuroscience