El aire que respiramos no solo afecta nuestros pulmones. Investigadores han revelado recientemente que incluso una breve exposición a partículas finas puede alterar funciones cerebrales esenciales. Este descubrimiento plantea preguntas sobre los impactos de la contaminación atmosférica en nuestra vida diaria.
Un estudio realizado por las universidades de Birmingham y Manchester (Reino Unido) se centró en los efectos de la contaminación del aire en las capacidades cognitivas humanas. Los investigadores expusieron a 26 participantes a altas concentraciones de partículas finas PM2,5 durante una hora, para evaluar su rendimiento cognitivo antes y después de la exposición. Los resultados muestran déficits significativos en funciones como la atención selectiva y el reconocimiento de emociones.
Nature Communications, donde se publicaron los resultados, informa que estos déficits se observaron poco después de la exposición. Las pruebas realizadas incluyeron funciones como la memoria de trabajo, la atención selectiva y el reconocimiento de emociones. Los participantes mostraron dificultades para concentrarse e interpretar emociones, especialmente después de la exposición al aire contaminado.
Las pruebas cognitivas puestas a prueba
Los investigadores implementaron un protocolo exponiendo a los participantes a condiciones variadas: exposición a aire contaminado o puro, con inhalación nasal u oral. Estas condiciones permitieron estudiar cómo el aire contaminado, a través de las vías respiratorias, podría influir en el funcionamiento cognitivo. Se demostró que la inhalación de aire contaminado afectaba la atención selectiva y el reconocimiento de emociones, funciones esenciales para nuestro comportamiento diario.
Las pruebas también midieron la velocidad psicomotora y la memoria de trabajo, pero estas dos funciones no parecían verse afectadas por la exposición. Los resultados sugieren que algunas capacidades cerebrales son más resistentes a la contaminación atmosférica que otras.
Contaminación y desarrollo cognitivo a largo plazo
Los investigadores destacan la urgencia de una mejor regulación de la calidad del aire. A corto plazo, la contaminación altera funciones básicas como la toma de decisiones y la gestión de emociones. Pero a largo plazo, los efectos pueden ser más graves. Estudios anteriores, como el realizado por la Universidad de Saint George en 2018, han establecido un vínculo entre la contaminación y trastornos neurodegenerativos como el Alzheimer.
Los investigadores piden acciones inmediatas para limitar la exposición de la población a las partículas finas. Estas medidas de salud pública serían especialmente importantes en áreas urbanas donde la contaminación alcanza niveles elevados.
La contaminación del aire y la productividad
El impacto de la contaminación del aire en la productividad también es motivo de preocupación. El estudio revela que la contaminación atmosférica no solo altera nuestra cognición, sino también nuestra capacidad para realizar tareas importantes. La toma de decisiones, esencial en la vida diaria y en el trabajo, se ve reducida por exposiciones breves a la contaminación.
Los investigadores advierten que esta alteración de las capacidades cognitivas podría tener repercusiones en la economía mundial. Una disminución en la productividad de los trabajadores podría perjudicar el crecimiento económico, especialmente en un contexto donde la eficiencia cognitiva es primordial en el mundo tecnológico actual.
La necesidad de regulaciones más estrictas
Los investigadores de la Universidad de Birmingham insisten en la necesidad de implementar regulaciones más estrictas para combatir la contaminación del aire. El estudio demuestra que la contaminación del aire, más allá de su impacto en la salud física, afecta gravemente nuestra mente y nuestras capacidades para interactuar social y profesionalmente.
Es importante actuar rápidamente para proteger la salud cerebral de la población, especialmente en las zonas más contaminadas, con el fin de preservar tanto la salud pública como el bienestar económico.
Autor del artículo: Cédric DEPOND
Fuente: Nature Communications