Cédric - Miércoles 3 Diciembre 2025

💋 El beso ya se practicaba hace 20 millones de años

El acto de acercar los labios a los de otro parece una expresión universal del afecto humano. Sin embargo, esta práctica plantea un enigma biológico persistente, ya que sus riesgos potenciales parecen desproporcionados en comparación con sus beneficios inmediatos. Un equipo de la Universidad de Oxford propone hoy una perspectiva radicalmente nueva, indicando que el origen de este comportamiento se pierde en la noche de los tiempos, mucho más allá de la aparición de nuestra especie.

Esta investigación, publicada en la revista Evolution and Human Behavior, no se basa en archivos históricos o antropológicos, sino en los principios de la filogenética. Los científicos han adoptado un enfoque comparativo inédito, buscando rastros de este comportamiento a través del árbol evolutivo de los primates. Su objetivo era determinar si el acto de besarse constituye una invención cultural reciente o un legado biológico antiguo compartido con nuestros parientes más cercanos.


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Los fundamentos biológicos de un gesto íntimo



Para llevar a cabo este estudio, el primer paso consistió en establecer una definición precisa y aplicable a diferentes especies. Los investigadores definieron así el beso como un contacto boca a boca no agresivo, dirigido y sin transferencia de alimento. Esta definición permite distinguir este comportamiento de los gestos de premasticación o de los simples contactos accidentales. Sirve de filtro para analizar décadas de observaciones en primatología.

El equipo compiló luego los datos relativos a las especies de monos y grandes simios de África, Europa y Asia. Constataron que los chimpancés, los bonobos y los orangutanes practican regularmente contactos bucales suaves, en contextos de apaciguamiento, reconciliación o cortejo. Este comportamiento aparece así como un componente estable de su repertorio social, y no como una curiosidad anecdótica.

Integrando estas observaciones en un modelo estadístico bayesiano, los investigadores pudieron reconstruir la historia evolutiva de este rasgo. Su análisis, repetido millones de veces para asegurar su robustez, indica que la probabilidad más fuerte sitúa la aparición del beso en el ancestro común de los grandes simios, hace entre 21,5 y 16,9 millones de años. Esta datación lo convierte en una característica mucho más antigua que el propio género Homo.

Un legado compartido con nuestros primos desaparecidos


Las implicaciones de este modelo van más allá del mundo de los primates actuales. Iluminan el comportamiento de especies humanas extinguidas, como los neandertales. Las reconstrucciones estadísticas sugieren fuertemente que estos últimos también practicaban besos. Esta inferencia está respaldada por pruebas indirectas pero convergentes procedentes de otros campos de investigación.

Estudios anteriores sobre el microbioma oral, publicados en particular en Nature, revelaron una comunidad bacteriana notablemente similar en los neandertales y los humanos modernos del mismo período. La transferencia de microbios específicos a través de la saliva implica necesariamente una forma de contacto estrecho y repetido entre los dos grupos, más allá del simple intercambio de comida.


Por otra parte, las pruebas genéticas de hibridación entre *Homo sapiens* y neandertal son ahora incontestables. La combinación de estos elementos —un comportamiento heredado de los grandes simios, un microbioma compartido y cruzamientos confirmados— forma un conjunto de indicios coherentes. Dibuja un cuadro en el que interacciones íntimas, incluyendo potencialmente el beso, han salpicado los encuentros entre nuestros linajes.

Esta investigación abre el camino a una comprensión más matizada de la intimidad. Sitúa un gesto aparentemente banal en una perspectiva evolutiva inmensa, conectándolo con una historia biológica compartida con otras especies. El beso aparece así como una práctica antigua, cuya expresión y significado han sido luego ampliamente remodelados por la diversidad de las culturas humanas.

Autor del artículo: Cédric DEPOND
Fuente: Evolution and Human Behavior
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