El descubrimiento de un depredador gigante en la Patagonia proporciona un testimonio excepcional sobre el final de la era de los dinosaurios. La posición singular de un hueso fosilizado abre una ventana a sus hábitos alimenticios.
Este hallazgo importante concierne a un nuevo dinosaurio terópodo, denominado
Joaquinraptor casali, que reinaba en los ecosistemas de América del Sur hace aproximadamente 70 millones de años. Los paleontólogos han desenterrado un esqueleto parcial pero notablemente preservado, que incluye elementos del cráneo, de las extremidades y vértebras.
Reconstrucción del megarraptor Joaquinraptor casali recientemente descubierto en Argentina con un brazo de cocodrilo del Cretácico en su boca.
Ilustración de Andrew McAfee, Museo de Historia Natural Carnegie
El elemento más llamativo es un húmero de un crocodiliano antiguo, encontrado atrapado entre las mandíbulas del carnívoro. Esta asociación fortuita ofrece una visión rara de las interacciones entre los grandes depredadores de ese período.
Un depredador poco conocido del Cretácico superior
Joaquinraptor pertenece al enigmático grupo de los megarraptóridos, terópodos caracterizados por sus garras imponentes y su tamaño considerable. El espécimen descrito en
Nature Communications es uno de los más completos jamás exhumados para este linaje. Su análisis revela un animal de aproximadamente siete metros de largo, con un cráneo aligerado y dotado de dientes relativamente pequeñas para un carnívoro de esta envergadura. Sus miembros anteriores robustos terminaban en garras en forma de hoz, armas probablemente utilizadas para atrapar a sus presas.
Este dinosaurio evolucionaba en un ambiente de llanuras aluviales, cálidas y húmedas, en América del Sur. En esa época, los tiranosaurios dominaban el hemisferio norte, pero no estaban presentes en esta región. Los megarraptóridos como
Joaquinraptor ocupaban por tanto el lugar de superdepredadores en la cima de la cadena alimentaria. Debían alimentarse de dinosaurios herbívoros, como las crías de titanosaurios o los hadrosaurios, que poblaban entonces la Patagonia. Su éxito evolutivo perduró hasta el final del Cretácico.
La calidad de conservación del fósil permite a los científicos estimar la edad del individuo en el momento de su muerte. El estudio de la microestructura ósea indica que tenía alrededor de 19 años, probablemente sexualmente maduro pero aún no completamente adulto. Esta información valiosa contribuye a una mejor comprensión de la biología y del ciclo de vida de estos animales desaparecidos. El descubrimiento llena así un vacío importante en los registros fósiles de los terópodos del Cretácico terminal.
Mandíbulas inferiores de Joaquinraptor (derecha e izquierda) encontradas en contacto con un húmero derecho de crocodiliforme asociado. Los fósiles estaban inicialmente imbricados antes de su separación en laboratorio. Se muestran las mandíbulas en vistas lateral y medial, así como el húmero en vistas posterior y anterior.
Una comida fosilizada con implicaciones mayores
La presencia de un hueso de crocodiliano en la boca del
Joaquinraptor plantea una cuestión apasionante. Los investigadores consideran seriamente que se trate de los restos de su última comida. La configuración de los huesos, encontrados en conexión parcial, descarta la hipótesis de una simple mezcla de huesos por corrientes acuáticas después de la muerte. La asociación parece real y resultar de un evento comportamental congelado en la roca. Tales casos de "comportamiento fosilizado" son extremadamente raros.
Si esta interpretación es correcta, demuestra que
Joaquinraptor se enfrentaba a otros depredadores de tamaño respetable. Los crocodilianos de la época no eran presas fáciles. Esta observación proporciona una pista directa sobre la dieta y las estrategias de caza de este megarraptórido. Muestra un ecosistema donde las interacciones entre grandes carnívoros eran moneda corriente. Este descubrimiento va más allá de la simple descripción anatómica de una nueva especie.
Los estudios continúan para confirmar la naturaleza de esta asociación. Los científicos deben excluir cualquier posibilidad de coincidencia tafonómica, un proceso que podría haber reunido los huesos de manera fortuita. Sin embargo, la ausencia de otros huesos extraños alrededor del esqueleto refuerza la tesis de la comida. Este descubrimiento abre el camino a análisis más profundos, como la búsqueda de marcas de dientes en el hueso del crocodiliano, que podrían sellar definitivamente la interpretación.
Este fósil excepcional ilustra la diversidad de morfologías y estrategias ecológicas entre los grandes terópodos. Mientras que el Tyrannosaurus rex de América del Norte utilizaba principalmente su mandíbula hiperpotente,
Joaquinraptor explotaba probablemente sus miembros anteriores armados con garras. Estos dos linajes de depredadores ápice desarrollaron por tanto adaptaciones distintas para ocupar nichos ecológicos similares, un bello ejemplo de convergencia evolutiva.
Reconstrucción esquelética de Joaquinraptor en vista lateral izquierda, con los huesos conservados indicados en azul. Se ilustran diversos elementos craneales (maxilar, techo del cráneo, caja craneana, postorbital, cuadrado, mandíbulas), varias vértebras y costillas, así como huesos de los miembros anteriores y posteriores (escapulocoracoide, húmero, radio, cúbito, falanges, fémur, tibia). Las líneas de puntos marcan las zonas faltantes.
Autor del artículo: Cédric DEPOND
Fuente: Nature Communications